Era una tarde cualquiera. Una de tantas en las que estaba con mi padre, sentado en el sofá, viendo fútbol. El partido debía estar resuelto pronto. O estar en un intermedio entre partidos. O vaya usted a saber. Como tantas otras veces, le propuse hacer un zapping. Pero sólo entre los canales de deporte. Para qué más. Como fanáticos del deporte, nos pasábamos el fin de semana juntos, viendo lo que nos apetecía en cada momento. O lo relevante. O lo que hubiera. Sin más. Pero esa tarde tuvo algo especial. Y en la guía de la televisión: “NFL”. Había oido hablar de ello. Lo había visto en videojuegos. Pero no me había puesto con ello. Y le pregunté si él se sabía las reglas. O algo sobre el deporte. Si era entretenido, una (otra) de esas aficiones que podríamos llegar a compartir de manera habitual. Me explicó someramente lo que sabía. Pasar. Correr. Avanzar. Poco más, pero que hacía mucho que no lo veía. Pues nada, vamos a darle una vuelta a ver. Y ahí estaba. De la manera más casual, apareció el que hoy es mi equipo. No recuerdo contra quién jugaba. Sé que jugaba en casa. Y ya el estadio me conquistó. Si mal no recuerdo, había nieve. A aumentar la épica. Y en manga corta, los valientes. Viendo como corrían y cómo se golpeaban, suponíamos que el frío era lo de menos. Las reglas me resultaban extrañas. Los parones, tediosos. Pero había cierta atracción hacia ese juego. Y ese “cierta”, engloba algo mucho más grande. Auténticas bestias físicas haciendo de todo sobre un campo emparrillado. Y, como bien suelen decir los entendidos, el deporte es muy fácil. Y saber quién es “el bueno”, se suele notar con un vistazo. Llevaba el número 4 en una camiseta verde sobre sus amplias espaldas. Y lanzaba el balón con una fuerza que luego veríamos en el cine de superhéroes, pero con una facilidad aparente como si fuera un padre jugando con su hijo. Ambos nos quedamos “acongojados” viendo a aquel señor lanzar el balón y ordenar a sus compañeros. Aguantar los golpes de tipos enormes como si no fueran nada. Sus compañeros se reunían a su alrededor y enseguida se obraba la magia. El equipo verde ganó aquel partido. Y, cuando empecé a indagar sobre qué era aquello de la NFL, sus reglas, sus intrahistorias, ganaron todo mi corazón. Y, claro, empecé a seguirles y a buscar sus partidos. Y, cuando no los echaban, empecé a conocer al resto de las 31 franquicias y sus avatares. Poco a poco. Con el proceso habitual. Divisiones. Conferencias. Playoffs. Calendario. El draft. Hasta el infinito y más allá.
No he dejado de ver una sola Superbowl en directo. Ni un show del descanso. De tener sueño viernes, lunes, martes, por ver algo que sucedía al otro lado del mar océano. De ver todos los resúmenes de todos los partidos de todas las temporadas. Partidos enteros, no tantos porque el tiempo no alcanza. Ojalá. De buscar y escuchar podcasts para intentar tener todos los ángulos posibles de la liga. Sólo ha habido una excepción. Este año, 2023, no me quedé a ver la Superbowl. No fui capaz. No por el trabajo del lunes. No por no pasar sueño. Que también. Sino porque él, la persona que me dio los primeros indicios sobre tantas cosas, de la vida y del deporte, no estaba conmigo por primer año desde aquel domingo para quedarse dormido durante el primer cuarto, para irse a dormir justo después del show del descanso, para poder comer y beber conmigo los productos americanos que compraba para darle ambientillo a la cosa y aguantar con los ojos abiertos. Para estar hablando al día siguiente de qué había pasado y por qué. Con el que pasé de que me enseñara lo básico a que yo le enseñara casi todo lo demás. De la NFL y de un millón de cosas más. Porque él fue un poco mi número 4. Un tío grande físicamente. Con carisma.
-Brett Favre, un día después del fallecimiento de su padre -dominó un Monday Night Football-
Con carácter. Con un brazo potente. Una institución. Querido y odiado por mucha gente, pero recto en sus convicciones. Que era capaz de cargarse cualquier cosa a la espalda y seguir adelante. Ganara o perdiera. Porque reunía a su alrededor a la gente, y las cosas solían salir bien. Porque si me hubiera quedado, ver el sillón vacío a mi lado en el kickoff hubiera sido demasiado duro. Porque pierdes ídolos deportivos y sigues viendo deporte. Porque pierdes amigos y sigues viviendo. Pierdes parejas y sigues amando. Pierdes trabajos y sigues aprendiendo. Pero perder a la persona que te dio la vida, el que te enseñó todo lo que sabía de la mejor manera que supo, el que te hizo en gran parte ser quien eres, esa es de las pocas cosas que no las cura ni el mejor partido de NFL. Pero sigues. Siempre sigues…
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Por Luis Pablo Castellanos Gutiérrez